miércoles, 22 de octubre de 2014

Nosotras las viudas



Por Leo Timossi 
leotimossi@hotmail.com

(En respuesta a la Carta Abierta a Guido Marcelo Carrillo publicada en el blog http://milews.blogspot.com.ar/2014/10/carta-abierta-guido-marcelo-carrillo.html del amigo Augusto Milewsky)

viudo, da
  1. adj. Persona a quien se le ha muerto su cónyuge y no ha vuelto a casarse:
    se quedó viudo a los pocos años de casarse. 
  2. col. [Alimento como las patatas, los garbanzos o las judías] que se cocinan solos o sin acompañamiento de carne.
Al momento de redactar estas líneas, acompañado de un buen vaso de bebida para hombres, titubeo: ¿Es realmente útil todo esto? ¿Arrojará esta discusión conclusión certera? Incluso, en mi vacilación, me concedo la licencia de ser todavía más crudo, ¿Leerá Guido Marcelo Carrillo estás líneas? ¿Le importarían si las leyera?

Naturalmente pienso que no, que es prácticamente imposible que lo haga y si lo hiciera, él tendría las de ganar. Volcándose para cualquiera de los dos lados (el de la crítica o la defensa) poco afectaría su modus vivendi: Guido Carrillo es jugador de fútbol, cómo los otros treinta jugadores que conforman el plantel profesional de Estudiantes, y nos guste o no, jugará siempre y cuando el técnico lo decida, sin preguntarle si está de acuerdo, sin revisar previamente este tipo de producción.

Así que, motivado por esto, envalentonado a lo mejor por una copa más propia de un fin de semana que de miércoles a la madrugada, me dispongo a responder este artículo, el que nos llama a nosotros, las viudas de Guido, a salvar el honor, cual caballeros (paradójico) ofendidos en su dama.

Comencemos esta vindicación con un pequeño acto de sinceramiento: No hay, hasta la fecha, ninguna posición adentro de la cancha, ninguna disposición táctica, ninguna teoría, que diga que un jugador juega de definidor, ni de goleador, ni de rebotero. Carrillo es un delantero, punto, con todas las funciones inherentes al puesto, las que desempeña con errores y aciertos. Ergo, Carrillo es un mal definidor, sí. No hay concesiones para esto, ni dobles lecturas ni visiones estéticas a la hora de golpear la pelota. No es lo que es por debilidades técnicas, de lo que parece estar bien dotado, ni por falta de colocación, mal que no le afecta; Guido, adentro del área, y cuanto de rematar la faena se trata, suele tomar malas decisiones. Así de sencillo, así de claro. Sea por que coloca cuando tiene que patear fuerte, sea porque gambetea cuando tiene que pincharla por arriba del arquero, lo cierto es que en ocasiones Guido parece hacer fácil lo difícil y en otras tantas, viceversa. Hasta ahí, Doctor Milewsky, hasta pareceríamos estar de acuerdo. 

Pero hete aquí que su análisis, que acusa a los demás de basarse en números fríos, en goles simples en la
boca de la red, se me hace algo injusto. No sólo, como dije antes, que considero que Carrillo es un delantero (completo) que cumple prácticamente a rajatabla con sus funciones, con más o menos brillo, sino porque se hace poco análisis con las situaciones con las que Guido cuenta, por no decir nulo; porque parece incluso se deja de lado o se minimiza el valor sustancial que tiene su presencia y participación activa en el circuito de juego (que a entender de quien suscribe, es fundamental) en detrimento de que “no mete goles de factura propia (¿?), y no aparece en partidos importantes”. Primero, porque pareciera que su radiografía periodística parece contaminada por cierto ánimo revanchista caldeado por la decepción producida por la eliminación ante Huracán (Sí Carrillo hubiese metido este penal, ¿Este análisis existiría?) y segundo porque, nobleza obliga, no es que cuente el propio jugador de Magdalena con tantas chances claras de gol como para merecer esta reseña más propia de Rafael Nazareno Maceratesi que de un producto propio, que en un equipo cargado de irregularidades y en su año de consolidación, marca 15 goles.

¿En serio marra, Guido Marcelo Carrillo, tantas chances por partido como para merecer esta crítica?
 
Dijo Román Martínez el sábado, en los vestuarios del Florencio Sola, cito textual “Carrillo es un animal, para nosotros es fundamental, hace un trabajo que otro no hace” y agregó;"Cuando saltó, el Gordo (Carrillo) al defensor le sacó cuatro cabezas. Es fundamental, no sólo por los goles." 

Descontracturado y sin casete, como lo caracteriza, el volante central de Estudiantes ponderó las virtudes del nueve, mientras que otro histórico del club como el Chino Benítez, quien supo asistir a delanteros con palmarés (sic)  dimensionó su aporte señalando que “pide la pelota, se hace notar y nos permite descansar en él”. Más allá de la valoración de los compañeros (¿Un club que preside Verón y que tiene tan cerca a referentes como Desábato y Alayes le daría la cinta de Capitán a cualquiera?) que parecen desplazar esa simplificación de un puesto al que usted, Doctor Milewsky, refiere meramente como rol de definidor, está claro que la función de Guido es otra y la cumple con creces, anexándole, además, una cuota nada despreciable de gol que, abajo, al medio, al centro o de rebote, alguien tiene que hacer y parece ningún jugador del fútbol local puede garantizar.

A lo mejor le juega en contra a su valoración la idiosincrasia de su antepasado en el puesto. Antes de Guido, la nueve de Estudiantes le pertenecía a Bubba Zapata, un goleador de tanta jerarquía que hasta resultaba contraproducente a la producción de juego. 

Contraproducente porque Zapata, por naturaleza, capacidad y convicción, recibía la pelota en la mitad de la cancha y aceleraba la locomotora hasta el área, generándose chances que sí, que claro, definía mejor que Guido, en un Estudiantes tan Bubbadependiente que terminó jugando cada vez peor al punto de que el propio moreno recuperaba la pelota en tres cuartos, porque no había asociación en la mitad de la cancha que le permita disponer de una chance clara de gol.

Guido, claro está, es más lento. Menos temerario. Peor definidor, sin dudas. Pero acaso mejor jugador de equipo, rol que poco nueves cumplen, al punto de que cuenta con un póker de asistencias bastante infrecuentes en un delantero de su tipo, la más nítida también grabada en las retinas de película recién vista cuando asistió a Carlos Auzqui, en la boca del arco frente a Peñarol. En su mejor torneo, de todas formas, Duvan Zapata metió 7 goles. Dos menos que el oriundo de Magdalena aquí reivindicado. Hasta el propio Mauro Boselli, en tardes de tres goles, contaba con por lo menos nueve chances nítidas para rematar a gol. 

“El nueve que hoy tiene el conjunto platense ha tenido solo un gol importante…” Comienza usted a decir en un párrafo y yo me enloquezco. ¿Qué son, a fin de cuentas, los goles importantes? ¿Acaso todos los domingos se define un título y yo no me enteré? ¿Acaso Estudiantes pelea todos los torneos? ¿Hay que tener un título para triunfar? 

Estudiantes de La Plata está camino a los 110 años de historia. Si algo ha caracterizado a su semillero, es la
El Payo Manuel Pelegrina es el máximo goleador del club con 231 goles en 430 partidos. Nunca fue campeón

producción prácticamente en serie de delanteros con buen olfato. ¿Acaso Manuel Pelegrina, máximo goleador de la historia de Estudiantes, no marcó ningún gol importante porque no hay títulos en su palmarés? ¿O es el ascenso también una competición menor? O hagamos un ejercicio, borremos de un plumazo los 96 goles de Ernesto Farías (gran pateador de penales) en Estudiantes de La Plata entre finales del 99 y el primer lustro de los 2000 porque de ellos, sólo uno se le marcó a Gimnasia y muy pocos a clubes grandes, además de que lo más cerca de clasificar a algo importante que tuvo el club por ese entonces sea una Copa Mercosur que al final ni siquiera disputó. ¿Sería lo que es Estudiantes sin ese gran caudal de “goles no importantes”? Brujas, Bosellis y Pavones hay muy pocos en la historia de los clubes. Son los menos, son los tocados por la varita y no por su talento, sino por el momento de la institución. ¿Podría haberle hecho Mauricio Piersimone el gol a Barcelona en Abu Dhabi? Sí, probablemente. ¿Podría haber llegado hasta esa instancia Estudiantes de haber jugado con un nueve de sus características y limitaciones toda la Libertadores? En tierra de incomprobables, la lógica indica que no. ¿Es el Roro López un jugador de goles importantes por sus fantasmales apariciones en el Estudiantes del Rastrojero o es un mediocre pechofrio que arruga en las malas por errar el penal con River que podría haber significado la clasificación de Libertad de Paraguay? Y volviendo a Carrillo, ¿Es Guido un jugador que desaparece en las malas por haber errado el primer penal de su carrera ante River o es el jugador presente que con sus ocho goles hasta ese partido, permitió que Estudiantes llegue con chances en el final?

 
Leandro Lazzaro llegó a Estudiantes por intermedio de Verón tras ser figura del torneo en Tigre. Jugó poco, marcó cuatro goles y tras criticar la actitud de La Brujita, se despidió llorando en conferencia de prensa.
Y con los penales me detengo, para ir dando un cierre. Yo no coincido con los que dicen que los penales sean una lotería, no. Considero que hay jugadores que saben hacerlo bien, y jugadores que no tanto. Carrillo es de estos últimos. El técnico debe entenderlo y tomar nota de ello, y en todo caso, designar un mejor shoteador. No me parece que sea parámetro para medir el nivel, la jerarquía, el compromiso de un jugador (Más allá de que considero que en el caso puntual de Huracán, Carrillo evidenció - como todo el equipo- cierta displicencia). Maradona, un ex jugador de Argentinos Juniors que brilló allá por los 80’, llegó a errar cinco consecutivos, incluso en una instancia definitoria de Copa del Mundo. Te diría, mirá, que le pegó peor que Carrillo. Carrusca,
Marcó 96 goles en un Estudiantes no competitivo. Erró dos penales en la albirroja, ante River y San Lorenzo, ambos equipos grandes.
D’Alessandro, Benítez, Gallardo y otros tantos jugadores que le pegaban realmente bien a la pelota, han demostrado que los penales no son su especialidad. Ahora bien, y esto ya tiene que ver con una decisión personal, cuando uno de estos jugadores toma la pelota desde los 11 metros, yo me agarró la cabeza, sí, pero señalo al técnico. No al jugador, que se hace cargo de la situación. En el Apertura 2004, por la Quinta fecha, Estudiantes recibía a Instituto y en un ratito, por un pase nefasto  que José Sosa le cede a Martín Herrera adentro del área propia, el equipo de Merlo comienza perdiendo el partido. Un rato después, Cuqui Silvani (¡!) igualaba transitoriamente las cosas para el Pincha, que antes del final, se encontró con un penal que podía dar vuelta el marcador. Mostaza dio la orden de que el pateador tenía que ser José Sosa. Pero el Principito, en aquel entonces más cerca de Carcarañá que de los tatuajes europeos, no se animó. La pelota entonces la agarró Marcelo Carrusca, quien ya comandaba el equipo con 21 años y terminaría siendo su goleador. Lo cambió por gol. Llegó al Morumbí dos años más tarde con 5 penales en la espalda. Había marcado tres, había errado dos. Algunos números, aunque usted diga que no Milewsky, no mienten: Carrusca no era el indicado para patear ese penal. Ni hablar de que el entonces enganche tiene una cuota enorme de responsabilidad a la hora de pegarle de forma tan infame a conciencia. Pero el técnico, aun con la estadística y habiendo practicado penales en la previa, así lo eligió. Curioso lo de este diez de poca batería: Después de Calderón, e igualando con Boselli, es el jugador de la segunda mitad de esta primera década del siglo XXI que más goles le marcó a Gimnasia, tres. Eso que usted le llama goles importantes.

Ahora sí, para finalizar mi amigo, me permito la siguiente reflexión para mí mismo, acaso tómelo como un consejo: No sea tan absolutista. No digo que no se pueda señalar defectos, para eso se está formando, que va. Pero concédale al bueno de Guido el beneficio de una paciencia más elástica. He visto a Pavone errando goles increíbles, a Mambrú Angeleri pifiando a la pelota, a José Sosa ser Sosita y otros delanteros que con el sólo nombre han mancillado la gloriosa camiseta, que no sólo por ostentar estrellas es gloriosa. Al menos yo, como diría Eduardo Sacheri, conservo el deber de la memoria. Que no es poco, ni mucho más.

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