Por Leo Timossi leotimossi@hotmail.com
La Garza
Los ardeidos (Ardeidae) son una familia de aves Pelecaniformes que incluye a más de 60 especies, conocidas genéricamente como garzas en todo el mundo hispano, mientras que en el centro de México algunas de ellas son llamadas chichicuilotes. Los ardeidos antes se clasificaban dentro del orden Ciconiiformes.
Antes de comenzar a detallar el doloroso final, debo una aclaración significativa: El titulo, nunca más explicito, ni mejor elegido, no es mío. No lo escribí yo. No se me ocurrió. Quizá no habría tenido la lucidez de haberlo encontrado. El titulo no es reciente. Fue escrito hace doce años por un tipito de Rosario, un tal Fontanarrosa. Creo que de estar entre nosotros, el negro no se ofendería por este robo de derechos registrados. Él era consciente de que hasta ciento de años después, aquel titulo continuaría vigente. De hecho, esté donde esté ahora, debe tenerlo claro. Aquella nota que hablaba del Boca Campeón de 1998, pero más que nada de mi primer ídolo, Martín Palermo, es, sin duda alguna, la que más me impactó.
Eran tiempos difíciles para mí y el fútbol. Teníamos una relación tan estrecha, que yo sin saberlo conocía, desde adentro, todas las canchas del Nacional B. La discusión eterna de sobremesa en la familia será siempre detallar exactamente cuál fue mi primer partido, si fue antes de irnos al descenso del 94 o si fue en la misma B. Lo que ninguno de nosotros pone en tela de juicio (y en tiempos de hoy, de infinitos exitistas albirrojos, enorgullece) es que aquel traspié futbolístico reivindicó en la familia un amor por el club algo naufragado desde 1983. Tengo en mi mente varios recuerdos, algo tibios, pero existentes de estar con mi papá en la cancha, de la sorpresa que me causaba la chiquita cancha de Douglas Haig o el impacto de la doble Visera de Independiente cuando jugamos contra Arsenal de Sarandí. Pero por otra parte, mucho más dolorosa para mi viejo, yo odiaba el fútbol. A mis tres años, mi papá cometió el error garrafal de ser mejor que yo. Pisaba la pelota y daba vueltas, crueles, girando la pelota sobre su propio eje, imposibilitando para siempre que yo lo pueda alcanzar. Esas cosas no han cambiado con el tiempo. Al día de hoy, me sigo fastidiando si no tengo contacto con la pelota. En aquel momento, no tenía la fortaleza anímica suficiente para superar las adversidades. El fútbol se fue desplazando de mi vida entonces, alejando a Capria de mis ídolos para aferrarme a los Power Rangers.
Aquel desencuentro con el fútbol pronto se transformo en odio indisimulable. Creo recordar (en realidad, espero haberlo soñado) ver a mi viejo lagrimeando después de que le gritase que no quería ver con él ningún partido de fútbol, que no me gustaba, nunca más. Entonces, el destino caprichoso le hizo un guiño a mi papá. Bajó desde el cielo una Garza platinada. La historia dirá que Palermo se tiño el pelo de rubio para llamar la atención de los clubes grandes. Yo elijo creer que es un ruego de mi viejo, que sabía que eso me iba a impactar.
Martín La Garza Palermo irrumpió en la titularidad de Estudiantes y en pocos partidos, llenó la camiseta de Goles. Despertó en mí una admiración difícil de explicar, me devolvió las ganas, me genero dudas acerca de la fortaleza de los power rangers, yo quería ser como èl. De repente ver los partidos con mi viejo se transformó en un ritual infaltable, pero con una diferencia entre ambos: Él miraba los partidos de Estudiantes. Su hijo, miraba los de Palermo.
Todavía recuerdo la dura mañana en que mi odio por el fútbol fue extremo. Me desperté solo y eso fue raro. Creo que mi papá nunca me lo había dicho en esos meses que pasaron por el miedo de lo que a la postre, no pudo evitar pasar. Me senté al lado suyo, en nuestra vieja cocina comedor que ya no existe y le hice una sola pregunta: ¿Papi, juega Palermo? No hijo, lo vendieron, me dijo con la mayor dulzura que un padre puede tratar a su primogénito. Pero el daño estaba hecho, y a mí el fútbol no me gustaba más.
El Loco
adj. Que tiene trastornadas las facultades mentales.
Le costó solo un corte de pelo reconquistarme a Palermo. La imagen de su flequillo rubio saltando en el aire y marcando tantos goles de cabeza dio la vuelta al mundo e influyó directamente en mi pasión. Si, obviamente me hice aquel corte de pelo, aunque mi vieja no me dejó teñirlo. Pero no fueron solo los 20 goles que metió en el torneo (en 18 fechas) los que me devolvieron la ilusión. En ese momento, Martín fue bautizado como El Loco. Sus festejos desenfrenados, muchas veces graciosos, transformaron cada partido en un show. Y yo, fiel a mi ídolo, me sentaba entusiasmado consumiendo aquella figura mediática a través del televisor. En ese momento renació mi amor por el fútbol, que está vez, aunque no lo jugaba, fue definitivo. Y no puedo negar cierta simpatía por aquel Boca Bicampeón.
Hay una imagen que marcó un quiebre para mí y creo que también, el final del Loco Palermo. Una noche, de esas que se pierden en la memoria de mis ocho años, se transformó en una repetición audiovisual que me acompañara el resto de mi vida. Estaba en un cumpleaños, en la casa de un familiar de mi mamá. Ellos tenían un perro, que se llamaba Palermo, quizá la demostración más cabal de la repercusión de Martín en aquel momento de la historia. Yo jugaba con él cuando la pelota rodó en Santa Fe y la carrera por los 100 goles de Martín El Loco Palermo se puso en marcha. El pase a la Lazio estaba a la orden del día. Toda la familia, independientemente de aquel cumpleaños, se prendieron al televisor, como fanáticos pinchas que venerábamos al hijo prodigo. El destino cruel quiso que yo esté mirando justamente el momento en que los ligamentos de Martín dijeron basta. Me quedé duro, horrorizado. Solo se podía comparar algo así con la muerte de Batman. Pero a diferencia del hombre Murciélago, Martín tenia superpoderes, el videojuego le dio una vida más. Y gritamos, abrazados con mi viejo, el gol que El Loco le hizo a Colón con la pierna rota. Celebré sus cien goles. Y cuando Martín lloraba, retirado en camilla, entendí esta pasión que se lleva adentro por este juego hermoso, por primera vez en mi vida. Fue la primera noche que Palermo me llevó hasta las lágrimas.
Palermo marca, con la pierna rota, su gol 100 en Primera División. |
El Titán
1. m. mit. Nombre aplicado a cada uno de los seis hijos de Gea y Urano:
2. Sujeto de excepcional poder:
3. Persona de gran fortaleza física o sobresaliente en cualquier aspecto:
La parte más conocida de la historia. La más reciente, la conmovedora. La etapa de transición de loco a Titán tuvo su momento culmine en su vuelta de Europa. No recuerdo quien fue el primero en llamarlo así, ni tengo clara cuál fue la primera vez. Imagino que tuvo comienzo aquella noche épica del gol a River, en la reanudación de su historia. La segunda noche de lágrimas.
Dos años después ahí estaba Palermo, levantándose de nuevo, después de que se le cayera encima una pared. Gritando un gol, claro. Por aquel momento, me compré mi primer camiseta de un club de Europa. El equipo era Villarreal, de España. El número, 23. Algunos años después vino la primer tarde de lágrimas. La primer mañana había sido aquella fría contra el Real Madrid, que me encontró festejando con la camiseta de la selección nacional. La tarde de lágrimas fue esa que Stefano se fue al cielo pero le pidió antes a su papá, devoto como soy yo del mío, que le regalase un gol.
Nunca más me permití enojarme con la Garza, Martín, el Loco Palermo. Ni siquiera cuando el Titán nos marcó en aquella final el primer gol. Me transformé en un seguidor suyo, devoto, silencioso, algo conservador. Cada optimismo del gol suyo me generaba una alegría interna, como si fuese un logro propio, algo que nos pasó a tantos miles de argentinos, de Estudiantes, de Boca y de equipos que en sus camisetas tienen otro color. Por eso, la tarde del gol a Grecia fue la segunda de Lágrimas. Lloré, y no hubo disimulo. Fue el gol más gritado de la selección en tierras sudafricanas. Porque Palermo era el tipo que exigía el pueblo futbolero argentino. Él, siempre agradecido, entró y nos obsequió otro gol.
Por eso me cuesta asumir que esta noche Martín, haya sido la última noche de lágrimas. A vos te debo que me guste el fútbol. Hay tantas personas que no pueden ser ejemplo ni con las palabras, y vos, con un arco y una pelota, diste tantas demostraciones de esperanzas que para muchos sos un salvador. Todo homenaje será escaso. Con tu retiro, se va la última parte que quedaba de mi infancia. Y me siento muy pobre, dado que, posiblemente, vos ignores a este gran deudor. Los dirigentes de Boca, algo amarretes, te regalaron un arco. Yo sólo puedo regalarte estás nuevas lágrimas, mientras escribo el texto y un último gracias! De todo corazón.